Los docentes y sus emociones, ¿también entre paréntesis?

De pronto la escuela se metió en casa. Alteró la vida cotidiana. En un living convivían tres clases diferentes y una madre dividida entre sus ocho cursos, sus tres hijos, su casa y sus proyectos.

POR ANDREA VARGAS

Lunes 16 de marzo de 2020. Tema: la cuarentena. El domingo anterior fue el último encuentro familiar que no dependió de medidas o prohibiciones. Escuchamos con expectativa lo que se venía. Quedamos mudos cuando nos dijeron ese domingo que el lunes 16 no se abrían las escuelas. Hubo festejo. Las vacaciones por fin se extendían. Los útiles iban a esperar un par de semanas más.

Teníamos un tiempo extra para terminar de definir cosas para el resto del año. Pero algo no estaba bien. No se percibía bien. Los edificios escolares se cerraron y la gente creyó que se podía seguir igual, como si nada. Hubo un apuro innecesario para que los alumnos no perdieran clases y no sintieran que iban a estar un tiempo ociosos y desocupados.

El apuro, siempre el apuro. Todo sobre la marcha. Improvisando. Se empezó a escuchar “hagan lo que puedan”…”después vemos cómo juntamos estas piezas”. Y quedó al desnudo nuestra tarea docente, el sistema y la fragilidad de las emociones que a muchos no les importó que existieran. Las casillas de correo se llenaron de invitaciones para participar de charlas, conversatorios, talleres, cursos dónde al final todos decían “no estamos preparados para esto. Es una construcción que se hace día a día.”

Y de pronto, la escuela se metió en casa. Alteró la vida cotidiana. En un living convivían tres clases diferentes y una madre dividida entre sus ocho cursos, sus tres hijos, su casa, sus proyectos. Alumnos pidiendo consejos, contando sus tristezas. La realidad más descarnada entraba a mi living y se sentaba sin pedir permiso.

Mientras tanto, colegas luchando a destajo y sin contemplaciones para dar el programa como si estuvieran en el aula. “Están todo el día al vicio en la casa” “¿Cómo no van a poder hacer lo que les pido?” Y, como la frutilla que le faltaba a nuestra torta, la falta de conectividad. Las prioridades. Familias que empezaron a perder sus trabajos…pero los chicos y lo no tan chicos lo único que debían hacer era cumplir su rol de estudiante.

Los chicos y lo no tan chicos antes de entrar en las escuelas son personas y conviven con otros. Se nutren de otras vidas y la escuela no es el centro. Es parte de las muchas miradas que tenemos sobre ellos. El encierro. La falta de encuentro con sus pares, con sus afectos cómplices, con los abrazos se fueron traduciendo en enojos, en tristezas, en silencios largos, en pesadillas.

Se suele hablar en pedagogía que el tiempo escolar es un paréntesis en la vida diaria, cotidiana de cualquier ser humano. En ese tiempo “hacemos de alumno y/o maestro”. Por eso es muy común decir que afuera de ese tiempo escolar existe una vida.

La cuestión es que los espacios y los tiempos se mezclaron. Se corrieron los límites de la intimidad; en aquellos hogares con niños y adolescentes también ingresaron las familias a la casa del docente. Vimos niños llorando, padres soplando respuestas detrás de las pantallas, comentarios inapropiados, cámaras apagadas y abandono de la clase…como si todo valiera igual.

Se discute, se sigue discutiendo sobre el contrato pedagógico y sobre el modo de sostener al sistema educativo que en este momento nos enseñó en gran parte a ser más burocráticos que docentes en pandemia. Se nos agradece el esfuerzo pero no veo que haya proyecciones o planificaciones a futuro. ¿Seguiremos improvisando sobre la marcha? O, ¿tendremos pautas claras para avanzar con más confianza? ¿Qué pasará con esos colegas cuyas emociones están en crisis? ¿Habrá realmente un plan de emergencia por las dudas sigamos un tiempo más así?

A quienes me preguntan, desde el 16 de marzo hasta los primeros días de julio la pasé pésimo. Nunca había tiempo para aprender algo bueno y útil. Necesité las dos semanas de receso para aprender, para mí, para entender qué pasaba y para hacerme la idea de que esto se iba a extender hasta fin de año. Ese tiempo fue sagrado porque me permitió recuperar el orden y priorizar mi salud emocional. Cosa que no veo que se hable entre nosotros los docentes.

El costo emocional y mental que trae esto debe ser tenido en cuenta. No todos salimos de las tormentas con el mismo gusto…no se imaginan lo que me cuesta ignorar un mensaje de un alumno/a cerca de la medianoche. Y cuando lo hago, cargo con la culpa hasta que le respondo…vaya a saber en qué momento de la tormenta se encuentra.

Deja un comentario